Es un placer compartir con ustedes este espacio de crecimiento artístico, en el que cultivaremos la sensibilidad hacia lo bello a través de la apreciación de la música erudita, los himnos, la música tradicional latinoamericana y otros géneros que enriquecerán nuestro panorama sonoro.
Tradicionalmente, se ha difundido la idea de que solo un pequeño porcentaje de la población posee habilidades innatas para apreciar o interpretar la música, y que, si estas no se desarrollan desde la infancia, ya no pueden adquirirse en la adultez. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Aunque algunas personas muestran una sensibilidad musical más pronunciada, todos tenemos la capacidad —dada por Dios— de disfrutar y comprender la música. No es imprescindible saber tocar un instrumento para lograrlo; basta con acercarse a la música de manera adecuada para descubrir todo lo que encierra.
La propuesta educativa de Charlotte Mason incluye la apreciación del arte como un componente esencial en la formación del niño, ofreciéndole música de la más alta calidad y enriqueciendo tanto su mente como su espíritu.
Incluso en tiempos de la señorita Mason, ya se promovía la iniciación musical, reconociendo sus múltiples beneficios en el desarrollo infantil. No obstante, en muchos entornos educativos actuales, esta iniciación suele centrarse únicamente en aspectos técnicos y deja de lado un elemento crucial: el ambiente musical en el hogar. La apreciación musical va mucho más allá de aprender a tocar un instrumento o identificar notas; ofrece un universo más amplio, que puede y debe involucrar a toda la familia.
En este proceso, el papel de los padres es fundamental. Cuando ellos se interesan genuinamente por la música, la valoran y la disfrutan junto a sus hijos, no solo enriquecen su propia experiencia, sino que también crean un ambiente familiar en el que el arte ocupa un lugar significativo. La música deja de ser una simple materia dentro del currículo escolar y se convierte en parte de la vida cotidiana, aportando deleite, riqueza cultural y espiritual, e incluso, ¿por qué no?, una opción de vida.
Compartir momentos musicales —ya sea escuchando una pieza juntos, comentando lo que cada uno siente o buscando formas de integrar la música en el día a día— fortalece los vínculos familiares y cultiva la sensibilidad artística en todos sus miembros. De este modo, la música no es solo una actividad para el niño, sino una experiencia formativa y enriquecedora para toda la familia.
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